lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuatro pekineses ciegos

Sólo este lagarto impecablemente trajeado se podía encontrar con un paseador de canes que arrastre a cuatro perritos tambaleantes, feos como dragones, sus grises ojos bolitas de vidrio salientes. Mal augurio, dije, justo que me presento a un trabajo; no quería ni mirar pero vi que a uno le colgaba la lengua muerta y otro segregaba un líquido espeso de los belfos. Caray Garay, pensé para mis adentros y tuve que cruzar de vereda, porque esos animalejos de borroso color té con leche se chocaban contra todo. Perro de vieja, maldije, y me asaltó la imagen de una lengüita rosada lamiendo y lamiendo la gran almeja mustia de una señora despatarrada que se regodeaba con algún galán de TV saboreando empalagoso chocolate blanco... Más tarde que temprano realicé un parangón con aquellos pekineses y no una coincidencia morfológica, porque más tarde que temprano era yo mismo quien se sentía como una rata acorralada por un gato hambriento; tanto fue así, la sensación, que por instinto abrí la boca para mostrar mis desparejos dientes nunca corregidos por el prolongado uso de ortodoncia, y aunque la verdad no dejara de ser una afectación pasmada en sonrisa, operó en mí de manera tranquilizadora, aliviadora admito. Del mismísimo estómago me subió un “gracias” algo estentóreo y, dando media vuelta sobre mi arrugado cuerpo batrácico, recién ahí, en ese instante, al salir a la calle repuse mi absoluta vulgaridad de anfibio al sol en un mediodía capitalino. La sumatoria de rechazos no te va a matar, murmuré aflojando el nudo tirante de la corbata, hay que comer, hice memoria y tragué saliva vaya a saber con qué geta, y una anciana blanca y rellena que caminaba en dirección contraria me clavó sus ojitos vivarachos como si al pasar le hubiese tocado un pecho. 
S. F.
Este texto se publicó en el número 50 de la revista Odradek, en septiembre de 2010. 

No hay comentarios: