Teodoro apenas si abrió
los ojos en la penumbra asustado por un tremendo rugido. Ni tiempo tuvo para
discernir si se trataba de avión a hélices o helicóptero, porque crecía ensordecedor
como si viniese a desplomarse sobre su techo. Sin darse cuenta juntó sus palmas
y empezó a rogar que aquello pasase de largo, cuando el ruido del motor
saturaba sus oídos, creyéndolo cercanísimo del estallido final. Pero la máquina
siguió su curso y Teodoro estuvo reflexionando que ni siquiera ese
manifiesto riesgo de muerte había podido modificar un ápice su férreo ateísmo.
S.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario