Ni me pregunten por qué estoy contando esto, no hay
espacio para aclaraciones, acaso lo hago con la mera intención de ponerlos en
conocimiento de que un lagarto también ha tenido infancia y parientes y hasta
enrojecía, sin ocultar que lloraba a moco partido. Recuerdo una mañana
cualquiera, yendo de la mano de mi progenitor a paso cansino, producto de la
poliomielitis que lo dejara rengo de chico, fatigando alguna difusa vereda
soleada en un barrio porteño, llamémosle Villa Crespo, rogándole que me
comprase chupetines; tal mi condición de niño burgués con obtusa seguridad de
que siempre habría alimentos y sábanas limpias y agua caliente. Pero justo vi a
un barbudo zaparrastroso con la piel cetrina recostado como sin vida en el piso
y me desayuné de que era un “gilastro” al cubo, yo, no el pobre tipo. La
cuestión es que este anfibio en versión larvaria le pregunta a su padre: ¿qué
le pasa al hombre? Y su protector da por toda respuesta: “Está mamado”. ¡Miércoles!,
pensé para mis adentros con la geta lívida, ¡lo que hace el alcohol! y aquella
bobada me duró hasta mi primer borrachera tardía; cierto, la imagen hizo mella
como tanta otra información errónea a la que diariamente estamos expuestos, y
cuanto más rápido se vive menos se cuestiona para qué coño uno hace lo que hace
y por qué, me dije, presuroso. Y maduré que la realidad es según la pintan,
depende de quien o quienes la pinten, aunque cuando uno la ve y toma plena
consciencia se convierte en una entidad, casi de carne y hueso, y uno,
automáticamente, se vuelve responsable. En suma, este lagarto de exportación
admite que después, muchos años después de aquel pequeño incidente, recién
sabría que uno no sabe lo que quiere ni siquiera al obtenerlo, porque saber, en
dicho caso, es una manera de negar la realidad, y debido al propio razonamiento
se sentiría por bastante tiempo peor que una gallina clueca.
S.F.
Este texto se publicó en el número 56 de la revista Odradek, en Marzo de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario