Uno es libre del tiempo sólo en la niñez, ya en la adolescencia empieza a tomar conocimiento de que debe cumplir ciertos horarios, pero en la madurez la vida entera se rige por el segundero y los sucesos importantes pasan angulosos y siempre parecen superarnos. Aunque todo vuelve a armonizarse en la vejez, debido a que la memoria afectiva, haciendo un racconto, se detiene en hechos fundamentales, y en ese período las horas se estiran cobrando otro sentido, tal vez regidas definitivamente por el latido del corazón.
S.F.
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