jueves, 29 de agosto de 2013

La chica caminaba todas las mañanas
para ir a la escuela, bordeando el enorme 
portón de ingreso a aquel cementerio. 
Y descubrió que algo, perdido entre tantas cruces, 
resaltaba hasta en los días nublados. 
Al principio se negaba a mirar, 
pero una y otra vez caía en la tentación. 
Llegó a comentarlo con las amigas 
que enseguida ridiculizaron sus dichos. 
Entonces se decidió a entrar, 
y fue directamente hacia el objeto, 
guiada por ese espaciado centelleo. 
La placa de bronce estaba ennegrecida
aunque pudo leer, tallados en el metal, 
su nombre completo y una fecha, 
que era justamente la de su nacimiento. 

S.F.

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